
Aun habiéndolo pensado miles de veces en los últimos días, oír sus pensamientos en boca de su hermana era demasiado. Se sentía como si hubiera pasado toda su vida siendo aplastado por una enorme “roca” y su peso ya no estuviera allí pero en vez de hacerlo sentirse liberado, echaba en falta su peso… aquel peso que muchas veces sintió asfixiante pero que la mayoría de las veces sintió reconfortante.
Nunca había temido a nada en su vida, ni siquiera a la muerte, de hecho, a la muerte menos que a cualquier cosa pero ahora sabía que eso solo se debía a su padre. Su “Roca”. Si no hubiera sido por él, su vida habría sido distinta. Muy distinta. Pero gracias a su padre, él era lo que era en ese momento. Y, pensándolo bien, ciertamente era la mejor versión que podría haber sido de sí mismo ya que sin él, habría mandado todo a la mierda hacía muchísimo tiempo y allí estaría, todavía revolcándose en ella. Y es que por su padre, más que por Cercei, soportó los largos años de vivir a escondidas el amor que, aunque prohibido, llenaba todos sus sentidos. Por su padre no había gritado a los cuatro vientos que amaba a su hermana como solo un hombre enamorado puede amar. Por su padre no se la había llevado lejos para vivir como cualquiera podría hacerlo con nada más que amor en la bolsa. Por su padre había matado. Por su padre había mentido. Por su padre había sobrevivido en un mundo en el que la mala sangre era la buena, un mundo en el que hacer lo correcto no significaba absolutamente nada. Un mundo perverso que veía el amor verdadero como lo más sucio y la heroicidad como el peor pecado. Un mundo en el que él, simplemente, no había encajado nunca.
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