Todavía recuerdo cuando en mis tiempos mozos era agente de atención al cliente por lo que tenía que visitar empresas y muchas veces pasaba horas tratando de conseguir un teléfono público para llamar a casa o devolver una llamada que me aparecía en el fulano “beeper”. ¡Era horrible!. Poco después, mi ascenso me procuró acceso la tecnología celular y lo vi como un sueño hecho realidad. Claro, cuando me llegó la primera cuenta me quise infartar pero eso no me detuvo. Años después, puse el celular en una gaveta y no usé más ningún tipo de dispositivo bajo la consigna de que YA HABÍA GASTADO TODO LO QUE IBA A GASTAR EN TELÉFONO DE POR VIDA Y QUE NO HABÍA FORMA DE VOLVER A ELLO y no lo hice, no usé más celular por años pese a que la gente me miraba atónita cuando decía: No, no tengo celular. Bueno, esto fue hasta que la empresa en la que estoy me puso uno sí o sí.
Poco a poco me fui acostumbrando. TODO EL MUNDO USA CELULAR. Aquello del consumo por simple “tenencia” había quedado muy atrás. Al principio, me negaba a seguir la corriente que impulsaba a cualquiera a llamar a una persona por el celular aunque estuviera en la oficina de al lado y hubiera allí un teléfono fijo, pero, nuevamente, ya tiempo después, la vida me ha llevado a ello y es que el tiempo, tan finito e infinito a la vez, empezó a “costar” mucho y el dispositivo se volvió una necesidad para abaratar costos y hacer las cosas más rápido.